2006/09/01

SOYUS: UNION (Prólogo)

La historia que sigue no fue escrita por mí, fue escrita por el Cyrus, el mismo del debate aquel de la IA. No lo escribí yo, lo repito porque luego hay cada baboso despues que malinterpreta las cosas y luego hasta me anda involucrando con algunas personas y... bueno, ya lo dejo (tu sabes que estoy hablando de ti, cabrón). Lo más raro de todo es que dice el Cyrus que mi cuentito lo insipiró a escribir esto, sigo sin entender como fue eso posible.



El hombre es esencialmente un soñador, despertado a veces
momentáneamente por algún elemento, peculiarmente
importuno, del mundo exterior, pero que vuelve a
caer prontamente en la feliz somnolencia de la imaginación

Bertrand Russell

SOYUS: UNION


PROLOGO

Las risas y los cánticos desordenados gradualmente se apagaron a la llegada de los dos clérigos. La señal era clara: la diversión tendría que esperar algún aburrido sermón. Se escucharon algunas murmuraciones de disgusto mientras la multitud comenzaba a formar un medio círculo en torno del fuego. El pasto sobre el que las personas se sentaban crujía todavía produciendo un sonido que era sumamente agradable bajo este ambiente fresco y nocturno. Quizás esto fue lo que hizo que los soldados se apaciguaran más rápido, colocaran sus escudillas de cerveza entre sus piernas o a su lado y prestaran atención a las dos personas que tenían ante ellos...

– Por favor, venerable Petrus, – comenzó con voz melodiosa la preciosa monja dirigiendose a su compañero clerical una vez que las voces hubieran cesado casi del todo – profiera a nuestros valerosos guerreros una historia que dé a su corazón coraje tal que haga que por su cuerpo corra de nuevo la divina sangre de Virán. Quiera Milldras que cada uno de los hombres que defienden el reino elegido valgan por diez de sus enemigos.

Los soldados estaban sorprendidos. Hacía mucho que no veían a una mujer de un rostro tan agradable. El fuego central la iluminaba de tal manera que los largos cabellos trenzados que recorrían su frente brillaban, dorados. No importaba mucho que la monja tuviera en su semblante una expresión tan seria y solemne. Las refinerías y guiños graciosos de las cortesanas de la ciudad eran un pasado tan lejano para estos hombres que la belleza la buscaban más bien en formas sencillas y no muy sofisticadas...además, la beatitud de esta muchacha sin duda era para ellos un regalo del cielo.

– Oh, Milldras, inmaculada de blancos brazos, – gesticulaba con los ojos cerrados y los brazos levantados el ya aludido magíster Petrus, que era un anciano de aspecto respetable pero que parecía tener mucha energía – tú que inspiras esta historia, ilumina mis palabras de tal modo que su furor conmocione a estos valerosos hijos tuyos y conozcan desde siempre y para siempre las razones que portan en su espada. Oh, eterna, permíteme contar la historia de tu isla, la isla de Milldras, sobre la cual hoy habitamos y que alguna vez fue...

La impaciencia y el aburrimiento ya debería estar haciendo estragos entre la concurrencia pero, cosa extraña, todos guardaban un completo silencio. No obstante, una atenta mirada sobre el público podría descubrir los motivos detrás de esta novedosa conducta: los ojos de los soldados estaban clavados en la figura femenina que en una actitud infantil y adorable prestaba atención a las grandes frases de su maestro.

– ...y al principio – continuaba el sacerdote – sólo existieron en la isla dos reinos a los que Milldras, madre creadora de vida, bendijo con diferentes dones. Mientras unos portaban la ventaja de los cabellos dorados y del mejor ganado, los otros deberían sufrir a su vez debido a sus cabellos cobrizos e inferiores. Pero en cambio, ¡siempre te adoraremos, Milldras, la justa!, fueron dotados de las tierras más fértiles.

– Escucha viejo, – susurraba uno de los soldados a su compañero – mira a esa niña. Está como para comérsela ahora mismo... –

– Unos poseían las armas más poderosas. Los otros tenían las más resistentes embarcaciones... –

– Imagínate el siguiente espectáculo: todos nosotros contra esa pequeña, como los salvajes de Valeria–.

Este ultimo comentario hizo que algunos soldados cercanos sonrieran rápidamente. El silencio se mantuvo nuevamente durante unos instantes.

– Pero Milldras, siempre con su superior mirada, deseaba que su creación fuera verdaderamente digna de su isla e hizo venir de las lejanas tierras del lado oscuro del mundo a tres pueblos muy distintos: los hombres sanguinarios cuya corrupción ha vuelto a sus cabellos negros como el ala del cuervo...–

– mira ese rostro de ángel... –.

–...Vinieron después las desgraciadas mujeres cuya maldad es tal que han usurpado el poder a sus maridos. Milldras, el azote de la injusticia, hizo que su piel fuera castigada con tonalidades opacas... –

– Yo pertenezco a esos pechos...– Sin duda el aburrido hábito violeta de la monja, aunque sólo dejaba descubierto el cuello y la cara de la joven no evitaba que se trasluciera su atractivo cuerpo. Debería tener menos de 20 años pero estaba completamente desarrollada.

– Los últimos seres que arribaron a nuestra desafortunada isla son los más detestables... –

– Y yo pido ese trasero – Unas risas quedas surgieron entre algunos de los soldados. Las caderas de la muchacha eran tan pronunciadas que su vestido era más bien un estímulo para la imaginación. El lazo blanco que la monja llevaba ceñido en la cintura, aunque sirviera para expresar alguna frase celestial, también servía para que los glúteos se levantaran un poco y resultaran más llamativos. Al menos en las mujeres con tal característica prominente. El hábito monacal verdaderamente era para estos hambrientos militares una pieza de lencería.

– ...aunque es cierto que su grado de civilización es muy inferior. Su altura es descomunal y de igual modo sus proporciones. Su piel es de un horrible color inhumano que varía entre negro y grisáceo...–

El ambiente nocturno era muy placentero pero los clérigos empezaron a sentir la inclemencia del fuego central que tenían muy cerca de sus espaldas. La humedad perlaba visiblemente la cara del apasionado monje que seguía su discurso con los ojos cerrados. De la frente de la monja surgió una sola gota de sudor que resbalaba libremente a través de sus mejillas. El pequeño y solitario guerrero que luchaba por refrescar a su dueña continuó su camino llegando al mentón. La joven no le prestaba atención. Al parecer, estaba muy concentrada con el discurso de su maestro. El fluido entonces se deslizo rápidamente por el blanco y carnoso cuello hasta llegar a la cuenca de las vértebras que enuncian donde comienza el pecho y termina el cuello. Sin embargo, la inclinación evitó que el liquido continuara su camino hacia abajo. Todo este recorrido fue seguido con delicia por los boquiabiertos soldados y un enorme silencio absorbió a los espectadores

– Junto a ellos llegaron otro tipo de criaturas que definitivamente no son hombres sino bestias horripilantes que gustan de la carne humana o simplemente disfrutan viendo como brota la sangre. Al principio, Milldras, la misericordiosa, nos regalo en honor de los viejos tiempos algunas victorias sobre los invasores. –

La monja busco en la manga de su vestido y extrajo un pañuelo que pasó sobre la húmeda trayectoria que estaba impresa en su rostro

– Amada mía, desgárrame el alma si mi lengua no te ayuda mejor que ese pedazo de tela– .Los compañeros de ese futuro pésimo trovador lanzaron unas risas ahogadas. Estas fueron, sin embargo, suficientemente sonoras y hubieran interrumpido a cualquiera que no estuviera tan entusiasmado como Petrus:

–...Virán y Tesio, que Milldras tenga en su santa gloria más al primero que al segundo, obtuvieron la victoria completa sobre los malignos forasteros...–

– A fe mía que hoy mataría por ser de Valeria... –

–...pero, Milldras, la de profundos motivos, decidió que el imperio de las dos espadas se desgarrara y los extranjeros pronto igualaron nuestra fuerza...

–Ese desgraciado semental de Petrus si que sabe elegir bien sus pieles....– Las risas anteriores se elevaron hasta casi alcanzar el nivel de carcajada.

Seguramente toda esta creciente algarabía no hubiera tampoco afectado el discurso del clérigo por mucho que estuviera totalmente fuera de contexto. Pero algo de la última afirmación debe haber llegado a los oídos del sacerdote. Detuvo su discurso y empezó a observar fríamente a la multitud en busca de aquel que tuviera la sonrisa más libertina. Después de todo, un insulto a un sacerdote significa un castigo que fácilmente puede ascender desde unas cuantas horas en el calabozo hasta el látigo.
La monja observaba indiferente a la concurrencia. No acertaba a descubrir las razones por las que su mentor detuvo la prédica.
De repente, un ruido sordo procedente del puesto de comandancia desvió la atención. En una espectacular armadura dorada, contrastante enormemente con las feas armaduras grisáceas de los soldados, aparecía un hombre alto y apuesto. El yelmo lo llevaba colgado de su hombro y su rubia cabellera estaba totalmente desordenada. Aunque su rostro era atractivo y elegante, su frente estaba surcada visiblemente de líneas de preocupación y sus ojos expresaban inseguridad. Seguramente, debería tener menos de 30 años. Su peto ostentaba una insignia que debía representar algún grado de oficial.
Otro hombre, igualmente con una resplandeciente armadura dorada pero no tan hermosa como la anterior, acompañaba al joven oficial. Adelantándose, dirigíosle a la concurrencia las siguientes palabras:

– Saluden al príncipe Melek de Virán, general del sagrado reino de Milldras y comandante de nuestro campamento–

Todos los soldados se pusieron de pie y se llevaron el puño al pecho mientras dirigían la mirada a su líder. Seguramente muchos de ellos estaban aliviados. El príncipe, sin embargo, apenas reparó en su regimiento y siguió caminado hasta un enorme sillón que se encontraba junto al fuego central y a un costado de donde Petrus había realizado su narración.

– ¿Ha terminado su discurso, venerable Petrus? – pregunto cansadamente el príncipe al anciano mientras éste y su compañera le hacían una reverencia.

El sacerdote volvió su mirada inquisidora sobre la clérigo y esta, avergonzándose, respondió al príncipe:

– El venerable Petrus ha terminado... por hoy. – Empezó nerviosa pero adorablemente la bella joven, sus siguientes palabras fueron claras y melodiosas como las que hubiera proferido a su llegada – Quiera Milldras, inmaculada de blancos brazos, que la historia aquí ofrecida por mi maestro sea de provecho para estos valerosos y justos guerreros en este día sagrado de la diosa y que esta noche sus espíritus se relajen para que afronten con mayor energía su futuro destino.

Los soldados presenciaban todavía de pie y con el saludo este breve dialogo. Uno de ellos estaba por decir algo pero se arrepintió en el primer monosílabo.
El príncipe, por su parte, se sentó en el enorme sillón mientras mantenía sus ojos cerrados y decía, casi maquinalmente: – Por favor, venerable Petrus, de la bendición a mi ejercito. Después puede usted retirarse.

El anciano levanto sus brazos mientras que en lo alto juntaba sus pulgares e índices y entrelazaba el resto de sus dedos. Una vez hecho esto, la monja le ofreció el brazo y ambos se retiraron en dirección a la construcción asignada a los clérigos del campamento.

El príncipe se llevo las manos a las sienes mientras hacia una señal. Esta, por algún extraño motivo, fue interpretada por todos como un “que siga la fiesta”.
Los cantares y las risas comenzaron poco a poco nuevamente y las escudillas de cerveza eran continuamente vaciadas y llenadas. Alguien tuvo el atrevimiento de ofrecer una al príncipe pero éste se encontraba profundamente dormido, con su cabeza recargada en su brazo.

La fiesta continuó hasta altas horas de la noche. Abundaron las emocionantes historias de romances entre caballeros y monjas. Uno incluso contó las audaces hazañas del famoso campeón de Valeria que obtuvo su titulo al profanar ileso el santuario de Tyral. Otro osado contó un relato que llevaba por titulo: Ejemplos de descaros y maldades de los sementales de Milldras.
Cuando la luna llegaba al centro del firmamento y comenzaba su caída hacia el occidente, sonó el toque de queda.